Dr. Manuel
Huanqui Hurtado
Es
increíble que dos palabras conformadas por cuatro letras de nuestro alfabeto,
que comienzan y terminan con las mismas vocales, y se advierta casi
imperceptiblemente la disposición de las dos consonantes, cada una de ellas, en
su interpretación y mensaje, cada una tenga un significado diametralmente
opuesto y encierren y resuman ambas palabras, una constelación de inquietudes,
vivencias, comportamientos, gestos, aspiraciones, actitudes, traumas, frustraciones,
increíblemente antagónicas.
Hay
millones de hijos que han nacido, vivido y muerto en esta tierra, que es un
milagro cósmico, desde hace más de 2,000 generaciones, a los que los hemos
agrupado por la actitud que asumen en dos, a unos los más conscientes, los
hemos denominado como los hijos de la Pacha Mama o hijos de la tierra, y a los
otros obcecados, cuyos gestos derivan en una insana e irreversible actitud, los
hemos bautizado como los hijos de la urbe.
Dentro
de estos dos parámetros, parodiando lo manifestado líneas arriba, tenemos que
manifestar y precisar que también existen los hijos de la ubre y los hijos de
la urbe.
Los
hijos de la Ubre, tengo que remarcar, que para mi modesto entender, somos los
que hemos nacido a mediados del Siglo XX y los que fueron concebidos mucho
antes, somos los que nos podemos considerar químicamente puros, porque nuestros
padres y nuestras madres, han sido concebidos y ensamblados biológicamente y
psíquicamente con otra metodología y mentalidad, con otras vivencias, somos la
consecuencia de experiencias plenas de identidad, sin manipuleos genéticos, a
los que la modernidad está recurriendo, y que muchos casos, está generando
seres de conductas reprobables, que propician actos de extremada insania.
En
aquellos tiempos vivíamos al margen de la inseminación artificial, lejos de la
intromisión foránea, pese a que nos impusieron instituciones que no estaban de
acuerdo a nuestra realidad, pese a ello hemos resistido estoicamente a todas
esas tentaciones y vicios y gracias a nuestra educación familiar, supimos
encararlos con seriedad y sobriedad.
En
lo referente a nuestro nacimiento, tenemos que confesar que somos conscientes,
que a pesar de que la medicina de ese entonces, no tenía el nivel que ahora
ostenta, los nuestros tuvieron mucha cautela para asistirnos en el momento del
nacimiento. En el aspecto de la paternidad, era sobria y serena, que sin
adosarle tanta filosofía, a pesar que también la religión jugaba un papel
determinante, que muchas veces nos infundió una cultura del miedo, ligado
íntimamente al pecado y al castigo, pese ello, hubo gestos de especial
relevancia.
Nosotros
nos consideramos hijos de la Ubre, porque el óvulo y el espermatozoide, con los
nos concibieron, no recibieron ningún incentivo químico extra natural, ni
fueron, alterados, ni manipulados, aún no asomaban las experiencias de
clonación, ni mucho menos los de índole genético, nuestros padres pese a la
modestia económica, no se refugiaron en alucinógenos, que pudieran haber
alterado nuestro proceso de gestación, no existía la contaminación asfixiante
que a diario se respira en las urbes modernas, no existían todo ese universo de
artefactos que nos brinda un aparente confort, que bloquea nuestra sensibilidad
y atrofian nuestros músculos, alteran el gusto y nuestros sentidos, éramos y
somos amantes de la buena lectura, la radio recién hacía su ingreso triunfal y
asomaba con extraordinaria proyección, por las ondas del éter nos llegaba el
mensaje de otras vivencias, eliminando tiempo y distancia, escuchábamos las
voces de personajes que ostentaban especial eufonía, y nos referían de las
tradiciones, cuentos, anécdotas, que eran narradas, pero, que no excitaban
nuestras mentes con personajes de ficción, ni superhombres, se recurría a
imágenes audiovisuales que cobraban vida en el inconmensurable ecran de nuestra
imaginación, ya comenzaban a irradiarse las primeras series de radioteatro,
pero, con argumentos dignos de ser llevados por el aire, pero la voz, el fondo
musical, la trama, el diálogo sobrio que era contundente en su mensaje digno de
tomarlo como ejemplo, sin eufemismos, sin distorsiones clamorosas en el
comportamiento social, uno nítidamente podía precisar cuando estaba pegado al
receptor, que el que interpretaba un rol protagónico, era un hombre por su tono
sobrio y viril, y la mujer era el contraste bien definido, en su expresión
femenina en sumo grado, que deleitaba al escucharla y muchos se enamoraban de
la voz y la imaginación tomaba parte activa, haciéndonos consentir que la
belleza del audio tenía una reciprocidad con la persona que ostentaba rasgos
físicos bellos y bien marcados, pero, muchas veces no había esa coincidencia.
Nuestras
madres nos cobijaron en su vientre y nos nutrieron con leche de sus ubres,
riquísima en nutrientes bien dosificados, sin agregados químicos, los ciclos y
períodos de nuestra gestación fueron normales, aún no se precisaba de la
cesárea, tan habitual en nuestros días, fuimos asistidos por parturientas o
comadronas que nos recibieron en sus manos, no sufrimos el impacto enceguecedor
de las luces descollantes de los modernos quirófanos, que hieren la retina
ultrasensible del que recién nace, nos consideramos hijos genuinos de la ubre
de nuestras madres, porque ellas con singular mística, con el respeto profundo
a la vida, nos cuidaron con mucho esmero, sus senos nos nutrieron con esa
alquimia, que genera un singular equilibrio y una vez que salimos al mundo, nos
imprimieron en el hogar, profundo respeto a ese inigualable e irremplazable
calor familiar, vinimos al mundo vacunados contra el infortunio y el desamor,
el rigor y el afecto estaban presentes y bien sincronizados, escoltando nuestra
niñez, nuestros sueños, nuestras aspiraciones e inquietudes.
Nuestro
entorno social, estaba conformado por gentes, genética y étnicamente bien
definidos, fuimos conscientes de la situación económica de nuestros padres, sin
extremada pobreza, ni opulencia humillante, que genera frustraciones y odios
irreconciliables, depresión y angustia que engendra clamorosas distorsiones en
la conducta de los seres humanos.
Nos
educaron en escuelitas fiscales, colegios nacionales y universidades estatales,
que eliminan de raíz los brotes de xenofobia, en la casa con el ejemplo de
nuestros padres, fuimos adquiriendo buenos modales, respeto profundo al prójimo
y consecuentemente a la vida.
Qué
tiempos aquellos, esa generación de personajes que conformaron nuestro entorno,
esculpió desde nuestra niñez, un buen comportamiento y ahora somos dueños de
una personalidad bien definida, esta parte de mi testimonio, quiero
complementarla con un verso de Alberto Vega Herrera, gran amigo y
extraordinario poeta que reza así:
Mi
niñez fue un overol
con
remiendos maternos,
azulado
con añeja tristeza,
un
trompo que se partió en dos.
Sin
haber cumplido su misión de remoler.
Y
una cometa que no pude controlar,
Y
cuyos restos vuelan todavía..
Hemos
vivido asidos a juguetes simples, que no limitaban ni desbordaban nuestra
imaginación del entorno infantil, y que no generaban adicción, respondían a
nuestra realidad porque no excitaban nuestro orgullo, nuestras aspiraciones
tenían un horizonte definido y no podía sobrepasar e ir más allá de nuestras
propias capacidades, nuestros padres no recurrían a falsos halagos que conducen
a la frustración, en la escuela y el colegio, a trompada limpia nos hacíamos
respetar, no conocíamos el acoso abusivo, ni mucho menos asomaban las
propuestas poco decorosas de quienes estaban a cargo de nuestra formación,
nacíamos vacunados, para no desviar nuestra virilidad, éramos un proyecto de
hombre y nos hemos realizado como tales, y esto lo tratamos de proyectar a los
nuestros, no en vano nos consideramos o me considero genuino hijo de la ubre.
De
repente, y ante la explosión demográfica, se advierte el advenimiento de una
aparente modernidad y progreso, nacen las grandes urbes, que después
irremediablemente derivará en las megalópolis, y como consecuencia de los
grandes cambios sociales y revoluciones, ha precipitado el nacimiento de los
hijos de la urbe, cuyos actos de sus protagonistas, lamentablemente está
incidiendo en el deterioro moral y material de nuestra sociedad, y que ya ha
comprometido a una generación, y que está gravitando seriamente en el
comportamiento, en los gestos y actitudes que está asumiendo el hombre que
vivirá en el Siglo XXI.
No sé
por qué designios, o manos invisibles, o atribuirle la influencia de algún
personaje maquiavélico, que ha delineado este proceder, o nos hacen consentir,
que hay personajes que nacen predestinados y muchos admiten eso que llamamos
destino, y cada uno nace con el suyo, si así podemos denominar el momento en el
que estamos viviendo, que ha propiciado la concentración se miles y miles de
personajes, que han descendido de las partes alto andinas, o en los entornos,
de las grandes capitales, que atraídos por las luces, las oportunidades, la
aparente superación, los espectáculos, etc., etc. llegan con un abultado
equipaje de aspiraciones, ilusiones, inquietudes, y una gran fuerza de
voluntad, pero, como consecuencia del encuentro repentino con la urbe, se
tornan en frustraciones, lamentos, decepciones, que la mayor de las veces
deriva en el fracaso y tienen que resignarse a una suerte de paria.
Los
hijos de la urbe, son todos aquellos, que son producto de la modernidad, mal
asimilada, y sin ninguna sincronización.
La
urbe, es el epicentro donde convergen representantes de etnias que ostentan
cada una su propia cosmovisión, costumbres, artes, vicios, frustraciones y
aciertos, pero, que lamentablemente cuando quieren tomar una decisión, y asumir
alguna actitud bien intencionada, se dan cuenta que prácticamente ya está
condicionado tácitamente al modus vivendi o forma de vida de la urbe, donde el
que llegó primero se adecuo a esas reglas de juego, y para poder sobrevivir, se
tiene que someter a esos designios, porque tratar de imponer sus principios, su
moral, su ética, que tanto le inculcaron en su pueblo, este personaje sería la
excepción de la regla y desentonaría esa marcha inexorable del aparente
progreso que la urbe impone a cualquiera de estos personajes, y tiene que resignarse
a aceptar ese sino, pero, pese a ello se pueden barajar tres opciones, la
primera, es la de respetar las condiciones y las reglas de juego que impone la
urbe, esto conlleva que ya no pueda exigir que le respeten sus derechos, gesto
que es prácticamente imposible y que ya limita con la utopía, la segunda
opción, que asume por resignación, es la de acatar religiosamente todos los
designios que la urbe le impone, y es en estas circunstancias donde empieza la
distorsión en el comportamiento de todos los personajes que llegaron con la
mejor intención, y se va perdiendo la autoestima y la identidad y la tercera
opción que debería tomar y la más saludable, es la de regresar a su pueblo,
pero, que lamentablemente no ocurre, porque ya ha adquirido en la urbe un orgullo
mal fundado.
Ya
en la urbe, que está gobernada, por grupos de poder, por mafias bien
organizadas, por instituciones estatales y privadas, conformada por personajes
que fungen de autoridades, que llegaron a esos sitiales por nepotismo, por el
favor político, por la tinca de las elecciones, que no tienen ni idea de lo que
es la responsabilidad de gobernar una urbe, esto motiva a que se desencadene la
tormenta de indecisiones, vacilaciones, desaciertos, donde la improvisación y
la ignorancia son la columna vertebral que define el destino de estos
conglomerados sociales, donde algunas etnias foráneas y sus ayayeros definen la
política, pero, para lograr sus objetivos ellos ya tienen a su merced todas las
instituciones y autoridades que digitan el destino de las urbes.
Y en
ese caldero del diablo, se va fermentando la sicología del hijo de la urbe,
digitada por una serie de ingredientes que son determinantes, para quitarles
todo ese vigor, ese ímpetu, esa identidad y auto estima de los hijos de la ubre
que llegan a la urbe, y que arriban con excelentes propósitos y mejores
intenciones.
Aquí,
es donde adquieren otro comportamiento, poses que jamás intuyeron, la moda los
disfraza, adquieren otra forma de hablar, comienzan a aprender cómo se puede
prosperar y escalar posiciones, inician su carrera en la vida, aceptando ser
humildes porteros, guachimanes, ascensoristas, para llegar a ser hasta jefe o
gerente, para ello debe hipotecar y comprometer hasta su honor, su dignidad y
derivar si es posible a desempeñar el triste papel de soplón o infidente,
porque hasta ser ayayero o franelero, en nuestro medio, ya se está haciendo
habitual y está adquiriendo patente y personalidad y es aceptado sin tapujos.
Pero,
en plena travesía y ascenso al poder al cual aspira, no se da cuenta, que
existen sitiales a los cuales nunca podrá llegar, porque ya está digitado para
los favorecidos e iluminados por el Dios de la Mafia.
El
roce social al cual lo someten y uno acepta estar inmerso en él, para aprender
ese refinamiento, en vez de darle prestancia, tal roce lo raspa tan sutilmente,
que lo desfigura, actitud que es motivo de burla y esto genera vergonzante
sometimiento.
Es
que los hijos de la urbe, que nacieron en ella, son producto de los hijos de la
ubre y la urbe, que se resignan a vivir, en estas condiciones, y que muchas
veces las incomprensiones generan violencias, y que no se conocen las cifras
reales, y que uno por el que dirán y la vergüenza que los corroe no lo delatan.
Esos
hijos de la ubre, se sorprenden de ver como nacen los hijos de la urbe,
producto de la convergencia de extranjeros, provenientes de las más variadas y
discutidas etnias, inmigrantes fugitivos, perseguidos, portadores de taras
irreversibles, los hijos de estos personajes, que ya nacen con ciertos traumas,
deseos reprimidos, complejos de superioridad irreversible, son los que
refuerzan a los hijos de la urbe, poco a poco en esa gigante chomba, que recibe
todos los alambiques, que es el sumun de variados comportamientos, tratan de
agruparse, personajes que fungen cierta afinidad, y tomado como pretexto los
clubes, asociaciones, círculos, logias, sectas, ayllus, grupos de lesbianas,
heterosexuales, gay de todos los matices, etc. ,.etc. cada uno con su moral
inmoral, y pretenden contagiar su forma de vivir y actuar, unos con extremado
refinamiento y otros con excesiva vulgaridad, pretenden imponer patrones de
conducta, pero, liderados por los aparentemente más representativos, donde
tienen que hacer prevalecer el pigmento, los rasgos físicos, la forma de hablar
etc., etc.
Muchos
que no reúnen estas condiciones, de refinamiento y sutileza, tienen que
recurrir, para lograr esa aparente belleza a clínicas, y se someten a una
excelente cirugía plástica, para modificar su desfiguración biológica,
congénita o física, y para recurrir a esa terapia en la gran urbe, que es fácil
acceder, para unos, pero, para otros es sumamente costoso, lamentablemente no
hay clínicas para hacerse una terapia o cirugía para el alma o el espíritu, a
los que podrían recurrir antes de derivar en los hijos de la urbe.
Al
margen de lo todo lo que muy tangencialmente estamos enumerando, para mejorar
cualquier apariencia. hay salones de belleza, donde los maquillan, para aparentar
estéticamente una mejor fisonomía, visitan pomposas galerías donde se exhiben
los últimos gritos de la moda, recurren a consejeros privados que tienen que
sugerirles el diseño y color que deben ostentar las telas, las que tienen que
cubrir irremediablemente su manoseada anatomía, para ello disponen de casimires
importados, sedas, tocuyos, bayetas, las que se adecuan a su escultura humana,
sin descuidar el color de medias, pañuelos, corbatas etc. que estén acordes con
su indumentaria, y para embalsamarlo al vivo, le imponen un tipo de perfume
fuerte, de acuerdo a la personalidad y el aroma que despide, que sirve de
ambientador momentáneo para contra restar cualquier humor y se preparan para
contar chistes, que constituye el otro humor, para lograr un aparente
equilibrio y evitar cualquier suspicacia.
A
esto se suma que los hijos de la urbe, se amamantan de unas ubres de latón,
poco estéticas, con poca composición nutritiva y la que ostenta es artificial y
poco estética, y que pretende acercarse a los índices nutritivos y naturales,
que siempre ostenta la ubre.
No
descuidan en lo mínimo, ingresar a ese mundo del azar y se hacen adictos a
juegos de distracción, y deportes que comienzan a multiplicarse, desde el golf,
que consiste en darle un golpe a una pelotita, para que ésta, ingrese a un agujerito
ubicado a cierta distancia, y que muy bien publicitados, nos hacen consentir
que el máximo representante de este deporte, gane al año la ínfima suma de
132´000,000 de dólares y que está ampliamente justificado por el esfuerzo
físico y mental que conlleva practicarlo, sin embargo salvando las distancias,
un machiguenga de nuestra Amazonía, con una cerbatana, logra atravesar a un
animal que está en las partes más altas de nuestra floresta y que lo hace para
sobrevivir, sin merecer un sólo aplauso, sin que su esfuerzo sea difundido por
la red de canales de televisión a nivel mundial, sin que reciba un céntimo de
dólar, de los l32´000,000 que reciben aquellos, que para su pelotita le están
buscando un agujerito.
Si
seguimos, enumerando la infinidad de deportes y distracciones que los genios de
la urbe conciben, tenemos que manifestar que existen para cada gusto, para cada
capricho, para cada vanidoso y para cada idolatra que pululan en las grandes
megalópolis, hay un deporte favorito para cada adicto obcecado y que cada fin
de semana se refugia en estas superestructuras que los genios de la ingeniería
y arquitectura erigen, es por ello que en alguna oportunidad el filósofo Carlos
Marx, al referirse a la religión, manifestó que era el opio del pueblo, ahora
hay muchos que arguyen ante los requerimientos de la urbe, que existen algunos
deportes que constituyen los estupefacientes de estos conglomerados sociales, y
eso lo constatamos al ver como multitudes observan absortos recurriendo a la
televisión, el recorrido de la pelota, que muchas veces para ellos es más
determinante que el propio recorrido de la tierra. Esto ocurre también con el
tenis, el básquet, bowling, billar, la hípica. etc. etc.
Aún,
recuerdo que cuando era estudiante universitario, tenía un compañero que fue
absorbido plenamente por el deporte de los reyes, siendo él un humilde plebeyo,
pretendió tener un stand, que costaba mucho y se resignó a comprarse un caballo
de segundo dueño, y para alimentarlo con comida que requieren estos ídolos de
multitudes, tenía que sacrificar a la familia en su dieta diaria y preferir al
jumento.
Uno
de los deportes, que de un tiempo a esta parte, ha merecido y merece la mayor
atención, porque se ha convertido en el epicentro del interés mundial: ese
deporte es el football, ya existe toda una mega organización, para relevar y
publicitar su aparente connotación y lograr llenar los más grandes estadios,
para luego una vez cómodamente instalados, hipnotizados y absortos por un esférico,
hacerle el seguimiento de su recorrido, en algunos casos zigzagueando y en
otras circunstancias raudo y veloz, en un rectángulo de grass, de verde
esperanza, hasta llegar a un arco enmallado en medio de una sinfonía de patadas
de millonario costo, y que al atravesar las línea definitoria, si esto se logra
con la participación de millones de músculos en acción, ensamblados en piernas
superdotadas, si logran este caro objetivo de que supere la línea del arco,
después de una fatigosa tarea, de este acontecimiento depende la alegría y la
frustración de millones de seres en todo el mundo, pero, es tanta la pasión de
este deporte que en muchas oportunidades de los campos de juego, han derivado a
los campos de batalla, donde se han enfrentado países, comprometiendo su
estabilidad jurídica. Uno colige teniendo en cuenta que cada pierna de un
jugador cuesta millones de millones de dólares, y tienen que ofrecer un
espectáculo a cargo de 22 actores, supervisados por tres personajes
aparentemente inflexibles, durante 90 minutos, y si en unos minutos se da una
patada, ustedes se imaginan cuánto costará esa patada.
Al
margen de estas aparentes incongruencias, hay otras que ustedes las conocen y
que nos merecen una explicación lógica y razonable o de lo contrario seguiremos
viviendo un mundo de ficción.
Pero,
las exigencias de la modernidad, el tiempo, el entorno social, hace que muchas
mujeres de la urbe, que pretenden ser madres, para cumplir su cometido, tienen
que recurrir al banco de óvulos o de espermatozoides, para que se conciba el
hijo de la urbe, alquilar un vientre para no deformar el maniquí de medidas
bien distribuidas, plenas de aparente belleza, porque de lo contrario perderá
su estatus. Luego, recién nacido el nene, para su cuidado contratan una ama,
que determinantemente influirá en su personalidad, además de otros ingredientes
muy suigeneris
Con
esta alquimia social se está ensamblando el nuevo habitante de la urbe, luego
cada calle, avenida, jirón pasarela, es todo un muestrario de esculturas
humanas, a la cual le han insuflado, de una serie de ideas, comportamientos,
muchos de estos ya limitan con lo estrafalario, grotesco y nada serio y sobrio,
a este universo de manifestaciones, se suma su arquitectura, con caprichos
estéticos que contrastan, sumado al automóvil de líneas y lujo propio de su
personalidad, tienen adosado a su cuerpo infinidad de celulares de todos los
colores para superar todas las distancias, y audífonos conectados a otros
mundos para escapar de su cruda realidad, y para no ser identificados
plenamente se ponen unas gafas que en vez de ponerlos atractivos, terminan con
desfigurar su ego, que es muy propio de ellos, y que a los que somos hijos de
la ubre, nos preocupa, y para tomarle el pelo a su suerte, ingresan a las salas
de juego o casinos, donde termina o renace su vanidad.
Cuando
uno los observa detenidamente, pareciera que estamos en un centro de
rehabilitación, hablan solos, otros se desplazan bailando, otros dejan
traslucir sus movimientos y gestos poco decorosos y sospechosos, en esa jungla
humana, discurre la vida de los hijos de la urbe.
Y
para mantener sus líneas estéticas, la publicidad les recomienda una comida
chatarra, que derivará inevitablemente en alergias, y que generará con el
discurrir de los años, en dolencias y males de difícil diagnóstico.
Allí
está el detalle, como dijera el gran cómico mexicano que haciendo reír educo a
su pueblo Mario Moreno (Cantinflas).
El
hijo de la ubre, bien amantado, es un personaje, serio sobrio, de un humor bien
equilibrado, respetuoso, fiel a sus principios éticos, piensa antes de contraer
nupcias y elige a su pareja, que sea afín a todas sus aspiraciones, que sea de
su mismo estatus social, y que si es hija de la ubre, el binomio sale completo.
Los
hijos de la urbe tienen, y adoptan parentescos que nacen de la televisión, la
computadora, internet, la discoteca, los casinos, los mega centros, el deporte,
los estadios, los clubes, los supermercados, las salas de cine implementados
con moderna tecnología, para satisfacer sus exquisitas exigencias, están
respaldados para acceder a dichos centros, de míseras tarjetas de crédito, que más
paran en rojo, y esta urbe a diario recibe miles y miles de inmigrantes de las
zonas alto andinas y otras áreas, que vienen en busca de un mejor futuro,
porque cree el forastero que la encontrará.
En
este abanico de ofertas: se presenta a universidades, institutos, cenecapes,
centros de formación en artes y oficios etc., etc. y la urbe se convierte en
una incubadora de la concepción y reciclaje social de personajes que emergen a
la vida, pero, que ha soportado una mutación de impredecibles proyecciones y
que muchos vivieron en carne propia, habiéndolos tipificado, como gente de
aldea, de pueblo, de ciudad, de metrópoli, y finalmente se forma esta increíble
ecuación social, y todos conviven en la urbe, cada uno dueño de su propia
intimidad, ellos son esperados por personajes sin identidad o que ya la están
perdiendo, ambiciosos, dueños de una personalidad, que es el producto de las
distorsiones sociales, se enrola en la interminable caravana de oportunistas
que pululan resignados a su destino, o a cualquier cambio social, consecuencia
del descontento o las aparentes democracias que convocan las elecciones con los
resultados ampliamente conocidos, y que ya están digitadas, que de vez en
cuando es interrumpida por el gesto sincero o interesado que se fermenta en
algún cuartel, y que alcanzan éxito muy relativo.
En
la gran urbe cada fin de semana, ya sea viernes o sábados o fiestas de guardar,
se reúnen en distintos ambientes, ubicados en sitios estratégicos, a los que
los han bautizado como clubes, círculos, asociaciones, o lo que fuere. Estos
ambientes se convierten en epicentros de encuentro emotivo, donde el trago
corre a raudales, y donde abundan las lamentaciones, producto de la
discriminación y la marginación de la urbe, y como fondo musical, no falta por
allí, alguien que tenga algunas virtudes para la música y el canto y se arma la
jarana, y sus inspiraciones tienen como sustento, canciones quejumbrosas, que
en vez de causar alegría los deprime y sumado al licor y el tabaco, que son
ingredientes que fermentan el odio, que reciclado, genera actitudes poco
decorosas, que salpican hasta el hogar, para satisfacción de quienes son sus
jefes.
Estos
escenarios se convierten a veces en epicentros de enfrentamientos irreconciliables,
que los va consumiendo paulatinamente, y gran parte de su vigor, talento,
imaginación, voluntad, etc., y que es la médula donde radica los genes y los
memes de nuestra identidad, donde pierde su legítima herencia étnica y
telúrica.
Por
esta razón muchos hijos de la ubre, nunca aceptaron ese maquillaje social y la
impostación de gestos, y actitudes, que no concuazan con su auténtica
identidad, y poco a poco se dan cuenta que la ambición los corroe y tratan de
adquirir poder, siguiendo los designios de Maquiavelo, y de este vientre de la
urbe, nacen autoridades, de todos los niveles, para copar los puestos de los
diferentes estamentos, todo esto obedece a que estos personajes, egresan de ese
interminable reclutamiento de gentes oportunistas e incompetentes, y resignados
a trabajar de lo que sea, sólo les interesa ganar y escalar posiciones, para
mantener el estatus de la familia.
Pero,
es digno de mencionar, que como excepción a la regla, algunos hijos de la ubre
conviven con los hijos de la urbe, pero en cada actuación irradian respeto,
porque ostentan singular personalidad, y son inmunes a todas las tentaciones y
están vacunados contra toda adversidad y su honestidad no les permite aceptar
cargos, para los cuales, no tienen condiciones y si es para profesionales con
mayor razón, estos gestos son el fiel reflejo de su honestidad.
Pero,
felizmente, ya las cosas están cambiando, y ante la agresión y la marginación y
haberse perdido las aspiraciones y pretensiones de dos generaciones, es el
momento de exigir sus legítimos derechos.
Pero,
quienes somos hijos de la ubre, nos sentimos satisfechos, de ser como somos,
pese a quién le pesaré y que jamás distorsionaremos nuestra identidad, porque
nuestros genes no han sido manipulados, los hemos respetado y esto constituye
que conservamos intactos los memes de las culturas que nos han precedido y que
representa la columna vertebral de nuestra auténtica identidad cultural, auto
estima, que jamás se devaluara.
Es
por estas razones que los hijos de ubre, nos sentimos orgullosos de ser cómo
somos, pese a quien pesaré
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GENES:-
Elementos constitutivos, que ostentan características definidas, en lo
biológico, antropológico, cultural e histórico que son determinantes para la
constitución de un grupo étnico.
MEMES:-
Representan las memorias colectivas que han concebido todas las etnias, en el
transcurso de su devenir histórico, desde hace miles de años, y que la han
trasmitido de generación en generación, que algunos la definen también como
identidad cultural o cosmovisión del grupo social.
Los
genes bien nacidos, que no han sido manipulados, ni agredidos, que los han
respetado, conciben memes sólidos con gran cobertura social y que prevalecerán.
Pero,
los genes que no se los han respetado, producen memes inconsistentes, y que ya
están en decadencia, como es el caso concreto el de la Cultura Occidental.
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