Dr. Manuel
Huanqui Hurtado
Nuestra
tierra, única morada, es un milagro cósmico, aún no se esclarecido plenamente,
si su concepción se debió a un gesto divino, o es la consecuencia de los
designios que le imprimió el universo, que supera todos los designios y que en
su proceso de evolución ha propiciado la gestación de todos los cuerpos
celestes que conforman nuestro entorno.
Pero,
desde cuando el hombre inicia su breve aventura, es consciente que nuestra
morada, constituye la escultura más maravillosa que las manos del tiempo las va
perfilando, también representa un inconmensurable lienzo, donde convergen todos
los pigmentos, tonos, matices, que la fotosíntesis y los rayos ultravioleta la
iluminan plenamente, para que en la retina de nuestros ojos, se advierta sus
perfiles, semejando una acuarela de singular acabado, y cuando se ausenta la
luz, la noche le imprime sobrio contraste y uno puede admirar el horizonte
oscuro del paisaje terreno, que le amplia el poliedro maravilloso de la
belleza, que posibilita descubrir los otros sesgos del arte que pereciera que
permanecen ocultos y poco a poco los advertimos y los admiramos.
Cautivado
el hombre con tanta magnificencia, trata de adosarle algunos rasgos intuidos
por su prodigiosa imaginación, sin pretender desafiar o competir con la obra
maravillosa de la naturaleza, recurre a sus manos para darle el impulso
suficiente, para perfilar en la piedra o el barro, esculturas dotadas de líneas,
a las que le imprime singular movimiento, pero intuidas estéticamente, que
representan el sincretismo de su cosmovisión, también echa mano a ocres,
óxidos, plantas y animales y muy sutilmente les extrae variada policromía, que
después el pulso y el pincel de artista definen su mensaje, y que constituyen
los trazos con las que asoma con especial belleza la obra de arte, que después
es admirado por generaciones, desde sus inicios en la cueva prehistórica hasta
nuestros días.
La
muestras que admiramos, en la que han participado artistas que están rescatando
ese mundo tan nuestro y que la globalización y el aparente progreso y una falsa
modernidad, quiere borrar definitivamente de nuestro entorno, cercenando la
belleza de la cual siempre hemos admirado y compartido, tratando de minimizar,
discriminar, marginar, postergar nuestro arte ancestral.
Estamos
sumamente reconfortados, porque aún perdura en los nuestros, la permanente
inquietud, que en un desafiante aliento, permite que aún se plasmen obras de
arte, de paisajes que nos transportan a esos encajes geográficos, que a lo
mejor nunca más los volveremos a admirar y deleitarnos con ellos. Y que las
manos del artista las revive plenamente, y que las reproduce con tanta
fidelidad, que tan sólo les falta el aroma y los efluvios de la Pacha Mama,
para sentir la naturaleza y al hombre que la concibió en toda su plenitud.
Cada
obra nos merece especial admiración, porque nos sugiere reencontrarnos con
nosotros mismos, con nuestros anhelos, aspiraciones o frustraciones, pero que
el color y la intuición del artista nos transportan a horizontes de la vida y
del subconsciente aún no hollados, por nuestra fecunda imaginación.
El
arte, puede ser un motivo, pretexto o circunstancia, que nos permite darnos la
oportunidad de revalorar la vida, y el retorno al color y al movimiento
sobriamente sincronizados, con especial equilibrio, y que nos devuelve la
esperanza de que algún día viviremos en un mundo de paz y justicia social,
reivindicación que nos motiva el arte.
El
Perú, de milenaria data, es una etnia que desde tiempos inmemoriales ha
manejado el color con mucha sobriedad y equilibrio cromático, ha recurrido a
todos los matices que el arco iris le ha brindado, como marco referencial y con
especial mística y recogimiento como consecuencia de su intimidad étnica, los
ha derivado, para proyectarlo a su arte, y lograr un abanico de matices para
representar su cosmovisión, a los que les ha adosado, trazos, formas, líneas e
iconos, donde magistralmente ha quedado perennizada la simbología del su
cosmovisión con extraordinario mensaje y singular sincretismo, que aún no ha
sido develado plenamente y que gracias al interés que les ha despertado y
sugerido a los exegetas del arte, nos hacen consentir que los nuevos ismos,
corrientes y escuelas del arte, han tenido como marco de su inspiración a estas
escenas del color, plasmadas por los hombres que nos han precedido. .
Quienes
han penetrado en el subconsciente de los más grandes artistas, que están
proyectadas en sus obras, llámese Daly o Picasso, encuentran en cada uno de sus
trazos una referencia del pasado. Que resume el marco social de su entorno, y
nos demuestra que cada época ha estado salpicada siempre de alegría, angustia,
desesperación, impotencia y miedo.
Eso
de advertimos nítidamente cuando observamos detenidamente, las escenas de arte
plasmadas en lienzos, esculturas, tejidos o vasijas ceremoniales, observamos de
como nuestro arte milenario, sufre una clamorosa distorsión, cuando los
invasores nos someten brutalmente para imponernos sus designios,
Es
cierto que nuestros predecesores, no estuvieron al margen de escenas que en
algunos casos nos muestran cuadros de extremada crueldad, pero, era por
situaciones propias del ritual y rivalidad, como consecuencia de sus designios
religiosos y étnicos, donde los colores vivos jugaban un papel determinando, y
la sangre semejando un componente era preferido, porque se trataba de una
pintura viva, que contenía especiales características a las cuales había que
recurrir para darle especial colorido vivencial..
La
deformación de la línea y el trazo, a la que le adosan sutilmente el color que
es el reflejo de una sociedad en permanente marginación y discriminación, como
cuando estamos frente a un lienzo del gran maestro Guayasamín, donde el dolor
adquiere grado superlativo o cuando nos acercamos a las esculturas de Mendíbil,
que respetuosamente caricaturiza a los personajes que provienen de Occidente,
donde los aromas celestiales definen formas perfectas, a las que les imprimen
angustia y dolor, sufrimientos que nos los endilgan a nosotros, supuestamente
por nuestro mal proceder, otras manos que digitaron algunas exageraciones sin
llegar a lo extremadamente grotesco, son las que fluyen de los dedos del
escultor Mérida, que reproduce magistralmente como se van deformando las líneas
de nuestra arquitectura humana, que se van deformando paulatinamente como
consecuencia de excesiva explotación a los nuestros, que durante siglos nos
sometieron los conquistadores, para extraer inmisericordemente nuestra riqueza,
para satisfacer el lujo y boato de las sociedades que estaban en decadencia, en
complicidad con ese abanico de personajes celestiales con olor a santidad.
El
mensaje del arte de nuestros ancestros, plasmado en piedra, en cerámica, el
textiles, en metales, en madera y en todos los materiales que muy sutilmente el
hombre ha tenido a su merced y que ha recurrido a ellos, para imprimirle color
y forma a margen de perdurabilidad a sus inquietudes y propósitos, constituye el
mensaje más sublime de la aventura del hombre, algunas de estas expresiones se
exhiben en algunos museos y galerías de arte pero sin el orden y la secuencia
cronológica que ostentaron, y sin la interpretación de su auténtico mensaje,
eso lo hemos advertido en Europa, donde estas maravillosas otras de arte que
las exhiben, producto del saqueo que fueron víctimas las civilizaciones
matrices de la humanidad, incluido el Perú, los muestran orgullosamente como
trofeos de guerra, y en algunos casos muestran sus diseños en soberbias
esculturas, caso concreto el que se exhibe en las principales plazas de Europa,
y el mundo, algunas originales otras burdas copias intrascendentes, me estoy
refiriendo a los obeliscos.
Algunas
formas, íconos, perfiles que han prevalecido y aún prevalecen más de veinte
siglos y que son burdas imitaciones que no concuazan con nuestra identidad, que
algunas nos la han impuesto y otras inconscientemente las hemos adoptado, nos
han limitado y castrado nuestra inspiración y vivimos a merced de esa forma de
arte, como es el caso concreto de la columna, la bóveda, el frontis del
Partenón, que nos siguen aún.
Nos
merece especial admiración, la inspiración del brasileño Oscar Diemeyer, que en
Brasilia, haya logrado una de las proyecciones del Siglo XX, en lo que
urbanismo se refiere, y nos haya sugerido con sus obras, que debemos rescatar
líneas, formas y colores que duermen en el tiempo embalsamadas por la
indiferencia e ignorancia de quienes pueden concretarlas, y que hay que
revivirlas para imprimirles color y vida a los entornos donde habitan todas las
etnias. En el vuelo que le da a su arquitectura el brasileño, podemos advertir
nítidamente el perfil de una ceramio Tiahuanaco.
Algo
de lo manifestado ya se viene logrando en la moderna arquitectura de fierro y
cemento, es el caso de las torres Petronas de Malasia, que sus perfiles semejan
a la arquitectura del oriente y en la base de esa estructura, que se acerca al
medio kilómetro de alto, se ha implementado un templo donde la fe de los orientales
prevalece, si bien es cierto no puede mover ni erigir esa montaña del material
que la modernidad ha concebido, la conserva con la misma mística de los
iniciadores de su cosmovisión.
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