lunes, 13 de marzo de 2017

Más allá del arte


Dr. Manuel Huanqui Hurtado

Nuestra tierra, única morada, es un milagro cósmico, aún no se esclarecido plenamente, si su concepción se debió a un gesto divino, o es la consecuencia de los designios que le imprimió el universo, que supera todos los designios y que en su proceso de evolución ha propiciado la gestación de todos los cuerpos celestes que conforman nuestro entorno.

Pero, desde cuando el hombre inicia su breve aventura, es consciente que nuestra morada, constituye la escultura más maravillosa que las manos del tiempo las va perfilando, también representa un inconmensurable lienzo, donde convergen todos los pigmentos, tonos, matices, que la fotosíntesis y los rayos ultravioleta la iluminan plenamente, para que en la retina de nuestros ojos, se advierta sus perfiles, semejando una acuarela de singular acabado, y cuando se ausenta la luz, la noche le imprime sobrio contraste y uno puede admirar el horizonte oscuro del paisaje terreno, que le amplia el poliedro maravilloso de la belleza, que posibilita descubrir los otros sesgos del arte que pereciera que permanecen ocultos y poco a poco los advertimos y los admiramos.

Cautivado el hombre con tanta magnificencia, trata de adosarle algunos rasgos intuidos por su prodigiosa imaginación, sin pretender desafiar o competir con la obra maravillosa de la naturaleza, recurre a sus manos para darle el impulso suficiente, para perfilar en la piedra o el barro, esculturas dotadas de líneas, a las que le imprime singular movimiento, pero intuidas estéticamente, que representan el sincretismo de su cosmovisión, también echa mano a ocres, óxidos, plantas y animales y muy sutilmente les extrae variada policromía, que después el pulso y el pincel de artista definen su mensaje, y que constituyen los trazos con las que asoma con especial belleza la obra de arte, que después es admirado por generaciones, desde sus inicios en la cueva prehistórica hasta nuestros días.

La muestras que admiramos, en la que han participado artistas que están rescatando ese mundo tan nuestro y que la globalización y el aparente progreso y una falsa modernidad, quiere borrar definitivamente de nuestro entorno, cercenando la belleza de la cual siempre hemos admirado y compartido, tratando de minimizar, discriminar, marginar, postergar nuestro arte ancestral.

Estamos sumamente reconfortados, porque aún perdura en los nuestros, la permanente inquietud, que en un desafiante aliento, permite que aún se plasmen obras de arte, de paisajes que nos transportan a esos encajes geográficos, que a lo mejor nunca más los volveremos a admirar y deleitarnos con ellos. Y que las manos del artista las revive plenamente, y que las reproduce con tanta fidelidad, que tan sólo les falta el aroma y los efluvios de la Pacha Mama, para sentir la naturaleza y al hombre que la concibió en toda su plenitud.

Cada obra nos merece especial admiración, porque nos sugiere reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestros anhelos, aspiraciones o frustraciones, pero que el color y la intuición del artista nos transportan a horizontes de la vida y del subconsciente aún no hollados, por nuestra fecunda imaginación.

El arte, puede ser un motivo, pretexto o circunstancia, que nos permite darnos la oportunidad de revalorar la vida, y el retorno al color y al movimiento sobriamente sincronizados, con especial equilibrio, y que nos devuelve la esperanza de que algún día viviremos en un mundo de paz y justicia social, reivindicación que nos motiva el arte.

El Perú, de milenaria data, es una etnia que desde tiempos inmemoriales ha manejado el color con mucha sobriedad y equilibrio cromático, ha recurrido a todos los matices que el arco iris le ha brindado, como marco referencial y con especial mística y recogimiento como consecuencia de su intimidad étnica, los ha derivado, para proyectarlo a su arte, y lograr un abanico de matices para representar su cosmovisión, a los que les ha adosado, trazos, formas, líneas e iconos, donde magistralmente ha quedado perennizada la simbología del su cosmovisión con extraordinario mensaje y singular sincretismo, que aún no ha sido develado plenamente y que gracias al interés que les ha despertado y sugerido a los exegetas del arte, nos hacen consentir que los nuevos ismos, corrientes y escuelas del arte, han tenido como marco de su inspiración a estas escenas del color, plasmadas por los hombres que nos han precedido. .

Quienes han penetrado en el subconsciente de los más grandes artistas, que están proyectadas en sus obras, llámese Daly o Picasso, encuentran en cada uno de sus trazos una referencia del pasado. Que resume el marco social de su entorno, y nos demuestra que cada época ha estado salpicada siempre de alegría, angustia, desesperación, impotencia y miedo.

Eso de advertimos nítidamente cuando observamos detenidamente, las escenas de arte plasmadas en lienzos, esculturas, tejidos o vasijas ceremoniales, observamos de como nuestro arte milenario, sufre una clamorosa distorsión, cuando los invasores nos someten brutalmente para imponernos sus designios,

Es cierto que nuestros predecesores, no estuvieron al margen de escenas que en algunos casos nos muestran cuadros de extremada crueldad, pero, era por situaciones propias del ritual y rivalidad, como consecuencia de sus designios religiosos y étnicos, donde los colores vivos jugaban un papel determinando, y la sangre semejando un componente era preferido, porque se trataba de una pintura viva, que contenía especiales características a las cuales había que recurrir para darle especial colorido vivencial..

La deformación de la línea y el trazo, a la que le adosan sutilmente el color que es el reflejo de una sociedad en permanente marginación y discriminación, como cuando estamos frente a un lienzo del gran maestro Guayasamín, donde el dolor adquiere grado superlativo o cuando nos acercamos a las esculturas de Mendíbil, que respetuosamente caricaturiza a los personajes que provienen de Occidente, donde los aromas celestiales definen formas perfectas, a las que les imprimen angustia y dolor, sufrimientos que nos los endilgan a nosotros, supuestamente por nuestro mal proceder, otras manos que digitaron algunas exageraciones sin llegar a lo extremadamente grotesco, son las que fluyen de los dedos del escultor Mérida, que reproduce magistralmente como se van deformando las líneas de nuestra arquitectura humana, que se van deformando paulatinamente como consecuencia de excesiva explotación a los nuestros, que durante siglos nos sometieron los conquistadores, para extraer inmisericordemente nuestra riqueza, para satisfacer el lujo y boato de las sociedades que estaban en decadencia, en complicidad con ese abanico de personajes celestiales con olor a santidad.

El mensaje del arte de nuestros ancestros, plasmado en piedra, en cerámica, el textiles, en metales, en madera y en todos los materiales que muy sutilmente el hombre ha tenido a su merced y que ha recurrido a ellos, para imprimirle color y forma a margen de perdurabilidad a sus inquietudes y propósitos, constituye el mensaje más sublime de la aventura del hombre, algunas de estas expresiones se exhiben en algunos museos y galerías de arte pero sin el orden y la secuencia cronológica que ostentaron, y sin la interpretación de su auténtico mensaje, eso lo hemos advertido en Europa, donde estas maravillosas otras de arte que las exhiben, producto del saqueo que fueron víctimas las civilizaciones matrices de la humanidad, incluido el Perú, los muestran orgullosamente como trofeos de guerra, y en algunos casos muestran sus diseños en soberbias esculturas, caso concreto el que se exhibe en las principales plazas de Europa, y el mundo, algunas originales otras burdas copias intrascendentes, me estoy refiriendo a los obeliscos.

Algunas formas, íconos, perfiles que han prevalecido y aún prevalecen más de veinte siglos y que son burdas imitaciones que no concuazan con nuestra identidad, que algunas nos la han impuesto y otras inconscientemente las hemos adoptado, nos han limitado y castrado nuestra inspiración y vivimos a merced de esa forma de arte, como es el caso concreto de la columna, la bóveda, el frontis del Partenón, que nos siguen aún.

Nos merece especial admiración, la inspiración del brasileño Oscar Diemeyer, que en Brasilia, haya logrado una de las proyecciones del Siglo XX, en lo que urbanismo se refiere, y nos haya sugerido con sus obras, que debemos rescatar líneas, formas y colores que duermen en el tiempo embalsamadas por la indiferencia e ignorancia de quienes pueden concretarlas, y que hay que revivirlas para imprimirles color y vida a los entornos donde habitan todas las etnias. En el vuelo que le da a su arquitectura el brasileño, podemos advertir nítidamente el perfil de una ceramio Tiahuanaco.


Algo de lo manifestado ya se viene logrando en la moderna arquitectura de fierro y cemento, es el caso de las torres Petronas de Malasia, que sus perfiles semejan a la arquitectura del oriente y en la base de esa estructura, que se acerca al medio kilómetro de alto, se ha implementado un templo donde la fe de los orientales prevalece, si bien es cierto no puede mover ni erigir esa montaña del material que la modernidad ha concebido, la conserva con la misma mística de los iniciadores de su cosmovisión.

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